lunes, 27 de febrero de 2017

EL CARNAVAL QUE UN DÍA FUE.





El Carnaval es tiempo de libertad y libertinaje que alcanza su plasmación el Miércoles de Ceniza. Tras el desenfreno y la locura, llega el período de cuaresma y los tristes días de la semana.
La historia del Carnaval es la historia de una lucha por la libertad o, lo que es lo mismo, una lucha por la supervivencia. Repasar las disposiciones que salen desde el poder del Carnaval es leer una larga relación de prohibiciones y cortapisas que tratan de hacer desaparecer o controlar una manifestación popular que sólo se desarrolla en un marco de libertades públicas.
Cuando el poder sociopolítico comprende la imposibilidad de terminar definitivamente con el Carnaval, tiende a controlarlo, a reglamentarlo. Y, al mismo tiempo, a ofrecer alternativas de diversión que conduzcan al pueblo hacia unos lugares concretos para así supervisarlo.

De vieja data
Cuando se ha tratado de señalar el origen del Carnaval, la historia se remonta hasta precedentes de distintas civilizaciones que, sin usar el mismo concepto de fiesta con que se conoce al Carnaval, sí han utilizado objetos y utensilios similares. En este sentido, la utilización de máscaras en celebraciones y ritos de origen pagano se ha interpretado como la existencia del Carnaval en cualquier tipo de cultura que nos ha precedido.

Los orígenes remotísimos podrían suponer en las bacanales, las saturnales y las lupercales, fiestas en honor a los dioses Baco, Saturno y Pan, respectivamente. En el mismo sentido, también se ha hablado del mes de Phaljova en la India, la fiesta de Falo en Egipto o la Axura árabe.
El Carnaval es un hijo del cristianismo; mejor dicho, sin la idea de cuaresma, no existiría en la forma concreta en que ha existido desde fechas oscuras de la Edad Media europea.



Don carnal

Dentro de estos ciclos que explican perfectamente los comportamientos de los individuos y de las masas, comportamientos inencasillables dentro de una estructura simplista que no tiene en cuenta los enfrentamientos entre la moral y los impulsos más dionisíacos, hay que encuadrar el Carnaval dentro de los tiempos de invierno.
El Carnaval es tiempo de desenfreno, que alcanza su plasmación más conocida en los tres días previos al Miércoles de Ceniza. Tras el desenfreno carnavalesco, llega la represión de la cuaresma y después la tristeza de la Semana Santa. El Carnaval está personificado por Don Carnal que simboliza la libertad para comer carne y termina con las carnestolendas (carnes prohibidas).
Principalmente autoriza la satisfacción de todos los apetitos de la moral cristiana que reconoce también los derechos de la carne, la carnalidad. El Carnaval encuentra así, además de su significación religiosa, una significación social y sicológica.


Su función equilibradora en todos los aspectos resulta evidente, se permite la inversión de lo cotidiano. Se rompe con los esquemas de cada día, se olvida y pierde la personalidad propia en la búsqueda de algo propio oculto. Se suspende el orden establecido. Es el momento en que se realiza y se consiente la inversión de las jerarquías sociales y se expresa la opinión y la oposición política, que normalmente no tiene posibilidad de manifestación legal. Es, sobre todo, el tiempo en que el hombre suelta la carga que soporta diariamente, dejando libre ese otro yo que todos tenemos.

Aquellos tiempos

El historiador Arístides Rojas, recordando los carnavales caraqueños de 1700, dice que "la ciudad tenía que cerrar puertas y ventanas, las autoridad, las fuentes públicas y la familia debían esconderse para no ser víctimas de la turba invasora. La noches del Carnaval de entonces eran lúgubres y la ciudad parecía un campo desolado". Hoy, lo parece también, pero por la delincuencia imperante. Ya en Caracas, no hay carnavales.
El juego del Carnaval con agua, harina y otras sustancias nocivas, era de una violencia considerable, además de los bailes callejeros, entre los que resaltaban el fandango, la zapa y la mochilera que permitían entre hombres y mujeres contactos físicos inaceptables para la moral entonces vigente.

Gobierno tras gobierno


En cada gobierno se ha protagonizado un carnaval diferente. En tiempos de Gómez y tal como lo cuenta el escritor Salvador Garmendia, los carnavales eran un alarde de solemnidad y todos salían a la calle a ver los desfiles, cual si se tratara de una procesión.
Durante el mandato de Guzmán Blanco, la fiesta adquirió características diferentes, se organizaron desfiles de disfraces, comparsas, carrozas y concursos y se pretendió sustituir la ya arraigada forma de jugar con agua, por confettis y perfumes.
Durante la dictadura de Pérez Jiménez, las fiestas eran de gran tronío en calles, templetes, clubes y hoteles. Miles de mujeres disfrazadas de negritas acudían al grito de llamada que decía "en el Avila es la cosa". Por lo menos, 40 orquestas extranjeras visitaban la ciudad. No había desorden y todos los días se protagonizaban desfiles por las calles de la ciudad.

En los pueblos
Si bien en Caracas los carnavales quedaron sólo para los niños, en la mayoría de los pueblos esta fiesta ha conservado su tradición. Son famosas las celebraciones carnestolendas de Carúpano, El Callao, Maturín, Cumaná y Coro.
Podríamos decir que el más tradicional y famoso es el de El Callao, donde las comparsas llegan a formarse con 300 y más personas. Los preparativos comienzan desde enero. Cada comparsa tiene su propio conjunto musical, igual que en Brasil, y todos se identifican con una vestimenta especial para presentarse el día martes que es la fecha especial para salir a bailar calipso a las calles.


Son famosas las madamas, vestidas a la usanza antigua, y los diablos, que exhiben impresionantes máscaras, y tridones, con los cuales van abriendo paso a las comparsas.
La fiesta, pues, tiene su razón de ser, sólo que Caracas, la ciudad que lo ha perdido todo, se ha venido quedando a la deriva en materia de fiestas de Carnaval.



Fuente: Archivos de El Nacional
www.el-nacional.com

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